El calentamiento global es un hecho: 2015 fue el año más caluroso desde que comenzaron los registros en 1880, y se espera que 2016 sea aún peor. Más aún, los mayores incrementos se registraron a principios de este siglo: 15 de los 16 años más calurosos desde 1880 ocurrieron después de 2001. En Sudamérica, los cambios más significativos ocurrieron en la zona norte, donde el pasado mes de diciembre fue el más caluroso registrado.

Tomando como referencia los valores promedio del el siglo XX, en 2015 la temperatura de la superficie terrestre fue 1.33 °C más alta, y la de los océanos aumentó 0.74 °C. En principio, estos valores no parecen ser muy grandes si se comparan con los cambios de temperatura que experimentamos en la vida cotidiana; por ejemplo, la diferencia de temperatura entre el agua del grifo y una taza de té caliente es de unos 55 °C. Sin embargo, el delicado equilibrio ambiental que sostiene a la Biosfera es muy sensible a cambios de temperatura mucho menores. Según lo pactado el año pasado en París, durante la Conferencia sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas, un aumento de sólo 2 °C de la temperatura global tendría consecuencias devastadoras, por lo que se establecieron políticas internacionales para mantener el calentamiento global por debajo de ese valor por el resto del siglo XXI. El problema es que en los últimos 15 años ya alcanzamos los 1.33 °C—el valor más alto en los últimos 136 años—y faltan 85 años para el fin del siglo.
Lo que hagamos o dejemos de hacer hoy para cambiar esta situación, afectará directamente la calidad de vida de nuestros hijos.
Imagen destacada: Zonas de incrementos significativos de temperatura a nivel mundial, NASA.
Fuente: National Oceanic and Atmospheric Administration (NOAA)
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